Novela Corta: “Los Adioses”, de Juan Carlos Onetti.
Década de publicación: 1950
Autor: Juan Carlos Onetti Borges
Nacionalidad: Uruguayo
LOS ADIOSES
Una de las características principales de esta novela es la percepción o la creencia que se entreteje durante todo el relato, alimentado por las opiniones de la mucama, del enfermero y del narrador (almacenero) sobre la relación del basquetbolista con dos mujeres; su esposa y su amante, quien aparentemente es la muchacha más joven, pero que finalmente, y mediante una carta, se descubre que se trata de su hija; |
por esto, se considera que el tema central de los “Adioses” se enmarca en burlar las apariencias, lo evidente, lo percibido por la mayoría, para hacer énfasis en la pluralidad de posibilidades, de puntos de vista y de realidades, que muchas veces se ven enajenadas por opiniones infundadas de las mayorías, que en la generalidad de los casos, no son garantía de certeza. En otras palabras, lo que Onetti genera en el lector, es una complicidad, una subjetividad múltiple que crea diferentes percepciones.
ANÁLISIS DEL ENIGMA, MISTERIO Y SECRETO EN LOS ADIOSES
Durante gran parte de la obra, en “los adioses”, se puede identificar el Enigma; al principio, y durante gran parte de la narración, se tiene el enigma (Sentido que es necesario descifrar) por la persona callada, seria, pensativa y pusilánime que se describe; sin duda, es un ser enigmático durante gran parte de la novela, lo cual obliga al lector a mantenerse expectante para poder descubrir quién es, y por qué actúa de esta manera:
El hombre entró con una valija y un impermeable; alto, los hombros anchos y encogidos, saludando sin sonreír porque su sonrisa no iba a ser creída y se había hecho inútil o contraproducente desde mucho tiempo atrás, desde años antes de estar enfermo. Lo volví a mirar mientras tomaba la cerveza, vuelto hacia el camino y la sierra; y observé sus manos cuando manejó los billetes en el mostrador, debajo de mi cara. Pero no pagó al irse, sino que se interrumpió y vino desde el rincón, lento, enemigo sin orgullo de la piedad, incrédulo, para pagarme y guardar sus billetes con aquellos dedos jóvenes envarados por la imposibilidad de sujetar las cosas. Volvió a la cerveza y a la calculada posición dirigida hacia el camino, para no ver nada, no queriendo otra cosa que no estar con nosotros, como si los hombres en mangas de camisa, casi inmóviles en la penumbra del declinante día de primavera, constituyéramos un símbolo más claro, menos eludible que la sierra que empezaba a mezclarse con el color del cielo. (Onetti, 1953)
Hablaban del hombre porque durante muchas semanas, aunque llegaron otros pasajeros, continuó siendo «el nuevo» (ibíd.)
….empecé a verlo, alto, encogido, con la anchura sorprendente de su esqueleto, en los hombros, lento pero sin cautela, equilibrándose entre formas especiales de la timidez y el orgullo, comiendo aislado en el salón del hotel, siempre junto a una ventana, siempre torciendo la cabeza hacia la indiferencia de la sierra y de las horas, huyendo de su condición, de caras y conversaciones recordatorias. (Onetti, 1953)
Sin duda, el enigma sobre la persona del “nuevo” es un elemento reconocido dentro de esta novela y que es finalmente resuelto, o por lo menos aparentemente resuelto, ya que no se tiene certeza de los hechos, y son meras conjeturas y opiniones lo que se dice, y es así, como poco después de la primera visita de la mujer de los anteojos, ésta le contara que él, era un basquetbolista:
Tuvo tiempo para decirme, con una voz nueva y jubilosa, como si el informe mejorara algo: —Debe haber visto el nombre en los diarios, tal vez se acuerde. Era el mejor jugador de basquetbol, todos dicen, internacional. Jugó contra los americanos, fue a Chile con el seleccionado, el último año. El último año debió haber sido aquel en que se dieron cuenta de que la cosa había empezado. Sin alegría, pero excitado, pude explicarme la anchura de los hombros y el exceso de humillación con que ahora los doblaba, aquel amasado rencor que llevaba en los ojos y que había nacido, no sólo de la pérdida de la salud, de un tipo de vida, de una mujer, sino, sobre todo, de la pérdida de una convicción, del derecho a un orgullo. Había vivido apoyado en su cuerpo, había sido, en cierta manera, su cuerpo. Acepté una nueva forma de la lástima, lo supuse más débil, más despojado, más joven. Comencé a verlo en alargadas fotos de «El Gráfico», con pantalones cortos y una camiseta blanca inicialada, rodeado por otros hombres vestidos como él, sonriente o desviando los ojos con, a la vez, el hastío y modestia que conviene a los divos y a los héroes. Joven entre jóvenes, la cabeza brillante y recién peinada, mostrando, aun en la grosera retícula de las sextas ediciones, el brillo saludable de la piel, el resplandor suavemente grasoso de la energía, varonil, inagotable. (Onetti, 1953)
Hasta este punto, el enigma sobre la identidad del “nuevo”, es resulta, pero se continua con el secreto de las dos mujeres que le escriben, y que posteriormente lo visitarán ¿Quiénes son? Es un secreto que solo él, y ellas, podrían develar. La novela mantiene el secreto muy bien guardado hasta el final de ésta, cuando por fin, el almacenero decide abrir dos de las cartas que periódicamente le llegaban al basquetbolista y de esta vez, queda revelado el secreto sobre el verdadero vínculo de las dos mujeres y el tipo:
Entonces volví a ver, en el fondo del cajón de la correspondencia, debajo de la libreta negra de las cartas certificadas, los dos sobres con letra ancha y azul que no había querido entregar al hombre cuando llegaron, en el verano. No lo pensé mucho; me los puse en el bolsillo y aquella noche leí las cartas, solo, después de colgar las persianas. Una, la primera, no tenía importancia, hablaba del amor, de la separación, del sentido adivinado o impuesto a frases o actos pasados. Hablaba de intuiciones y descubrimientos, de sorpresas, de esperas largamente mantenidas. La segunda era distinta; el párrafo que cuenta decía: «Y qué puedo hacer yo, menos ahora que nunca, considerando que al fin y al cabo ella es tu sangre y quiere gastarse generosa su dinero para volverte la salud. No me animaría a decir que es una intrusa porque bien mirado soy yo la que se interpone entre ustedes. Y no puedo creer que vos digas de corazón que tu hija es la intrusa sabiendo que yo poco te he dado y he sido más bien un estorbo.» Sentí vergüenza y rabia, mi piel fue vergüenza durante muchos minutos y dentro de ella crecían la rabia, la humillación, el viboreo de un pequeño orgullo atormentado. Pensé hacer unas cuantas cosas, trepar hasta el hotel, y contarlo a todo el mundo, burlarme de la gente de allá arriba como si yo hubiera sabido de siempre y me hubiera bastado mirar la mejilla, o los ojos de la muchacha en la fiesta de fin de año (Onetti, 1953, págs. 241- 243)
En cuanto al misterio, no se identifican hechos que no puedan ser explicados por la lógica, como acontecimientos fantasmagóricos o sobrenaturales.
En cuanto a la estructura de la novela, no se identifica que cumpla las características de la estructura aristotélica, puesto que no se identifica el objetivo del protagonista (el basquetbolista,) Todo lo que se sabe de éste, es mera opinión del almacenero, la mucama y del enfermero; algo así como especulaciones de lo que él pueda sentir o pensar, por tanto, queda en duda si en realidad todas estas especulaciones sobre su persona son ciertas o solo las impresiones del narrador (el almacenero, el enfermero y la mucama) por tanto es una estructura MINITRAMA.
También se podría analizar desde el punto de vista del narrador, como personaje principal, en donde el objetivo sería descubrir ¿Quién es el nuevo y quienes son las dos mujeres que le escriben las cartas?, si bien, al final de la novela se cumple el objetivo, en ninguno de los dos casos, se logra evidenciar una transformación del protagonista.